EL TRABAJO A TRAVÉS DE LA HISTORIA
-
Javier Alvarez Dorronsoro -
Las siguientes líneas tratan de proyectar
una breve visión histórica del trabajo. Esta perspectiva permite, a
mi juicio, explicar la génesis del significado del trabajo.
El trabajo, tal como hoy lo conocemos, no es un hecho natural;
tanto su contenido como el papel que ha jugado en las vidas de los
seres humanos no ha sido siempre el mismo, sino que se ha modificado
a lo largo de la historia. A partir de esa visión podemos evaluar
mejor las pérdidas o los progresos que ha experimentado la
institución del trabajo.
En el mundo antiguo y en las comunidades
primitivas no existe un término como el de trabajo con el
que hoy englobamos actividades muy diversas, asalariadas y no
asalariadas, penosas y satisfactorias, necesarias para ganarse la
vida o para cubrir las propias necesidades.
En el mundo griego se juzgaba que la cualificación y la distinción
entre actividades era algo esencial. Aristóteles distinguía entre
actividades libres y serviles y rechazaba estas últimas porque
"inutilizaban al cuerpo, al alma y a la inteligencia para el uso
o la práctica de la virtud"; comparaba el trabajo "que se
hace para otros" al del esclavo y criticaba con energía la
actividad crematística que "pone todas las facultades
al servicio de producir dinero". Consideraba que la finalidad de
la actividad tenía extrema importancia, pero dicho fin no
se podía restringir a la utilidad de las actividades.
Aristóteles entendía que las actividades son útiles (leer y
escribir, por ejemplo, era útil para la administración de la casa;
el dibujo para evaluar el trabajo de los artesanos), pero las
actividades, a su entender, no debían perseguir siempre la utilidad.
"Buscar en todo la utilidad es lo que menos se ajusta a las
personas libres y magnánimas".
Era también preciso preguntarse, según él, en qué modo
determinadas actividades contribuyen a la formación del carácter y
del alma (Aristóteles, 1988).
En aquellos tiempos el ocio era mucho más
valorado que en la actualidad y más apreciado que cualquier tipo de
trabajo. Pensadores y filósofos llamaban a reflexionar sobre la
manera de ocupar este tiempo de no trabajo.
"En efecto -dice Aristóteles- ambos (trabajo
correcto y ocio) son necesarios, pero el ocio es preferible tanto
al trabajo como a su fin, hemos de investigar a qué debemos dedicar
nuestro ocio… y también deben aprenderse y formar parte de la
educación ciertas cosas con vistas a un ocio en la diversión…"
(Aristóteles, 1988)
En Grecia se estableció una diferencia radical
entre dos esferas de actividad: la relacionada con el mundo común,
y la relativa a la conservación de la vida. La política –no
concebida como una profesión de especialistas, como se hace
actualmente- era la actividad paradigmática en ese primer mundo, al
que tenían acceso todos los ciudadanos libres. La relación entre
estos dos mundos podemos representarla, como hace Arendt, mediante la
dialéctica entre la libertad y la necesidad. Las
actividades del mundo de lo común o de la polis constituirían el
ámbito de la libertad, mientras que las tareas dirigidas a la
conservación de la vida, que contribuían al desarrollo de la
comunidad familiar, conformaban el ámbito de la necesidad.
Era preciso que un determinado sector de la sociedad ejerciera estas
últimas funciones –predominantemente los esclavos- para que otros
sector, el de los hombres libres, pudiera dedicarse a las actividades
realmente estimadas (Arendt, 1993).
En la época medieval el trabajo en general no
ganó mayor aprecio. Desde la perspectiva cristiana hay una
inclinación a justificar el trabajo, pero no a verlo como
algo valioso. Los pensadores cristianos hacían referencia al
principio paulino "quien no trabaja no debe comer…", pero
entendían que el trabajo era un castigo o, cuando menos un deber. Se
justificaba el trabajo por la maldición bíblica y por la necesidad
de evitar estar ocioso.
Como vemos el ocio comienza a adquirir otra connotación algo
distinta a la del mundo antiguo. Sin embargo, la vida monástica
dedicada a la contemplación se valora mejor que el trabajo.
Para legitimar esta excepción al principio paulino, filósofos como
Santo Tomás argumentan que el trabajo es un deber que incumbe a la
especie humana, pero no a cada hombre en
particular.
Por otra parte, al trabajo no se le atribuye, a
diferencia de lo que ocurre en la actualidad, un papel trascendente
en la sociabilidad. Tanto en el mundo antiguo como en la
Edad Media se ve al ser humano como un ser sociable por naturaleza.
No hay que inventar razones para justificar la agrupación de los
individuos en sociedad, como se hará más tarde a través de los
modelos contractualistas. Las personas, según esa perspectiva, solo
pueden realizarse o completarse como tales, viviendo en
sociedad; al margen de ella, llegó a decir Aristóteles, el hombre
"o es una bestia, o es un Dios". Su telos es un
fin compartido que no puede alcanzarse aisladamente. El trabajo no es
el fundamento de la asociación humana. Para los griegos, la
actividad asociativa por excelencia era la actividad política.
Con el pensamiento moderno nace una concepción muy
diferente del trabajo. En primer lugar, aparece como una actividad
abstracta, indiferenciada. No hay actividades libres y serviles,
todo es trabajo y como tal se hace acreedor de la misma
valoración, como luego veremos, muy positiva, incluso apologética.
En la literatura sobre el desarrollo del capitalismo encontramos dos
explicaciones, ambas convincentes, de esta transformación de la
actividad diferenciada en trabajo neutro. Según Marx, la
mudanza tiene lugar cuando se produce predominantemente para el
mercado y el trabajo se convierte en valor de cambio. Según Weber,
desde la perspectiva luterana del trabajo se juzgaba que todas las
profesiones merecían la misma consideración, independientemente de
su modalidad y de sus efectos sociales. Lo decisivo para cada persona
era el cumplimiento de sus propios deberes. Esto se ajustaba a la
voluntad de Dios y era la manera de agradarle.
La visión del trabajo como actividad
fundamentalmente homogénea, no diferenciada, tenía también
consecuencias prácticas: enmascaraba la diferencia entre trabajo
penoso y satisfactorio, y entre el trabajo manual y el trabajo
intelectual; justificaba la desigualdad como necesidad técnica
debida a la división del trabajo; y por último, encubría el hecho
de que el trabajo es un elemento discriminador por excelencia debido
al diverso estatus de vida que proporciona según el lugar que ocupan
los individuos en la producción.
Sin embargo, esta concepción del trabajo ha
venido coexistiendo con una cierta jerarquización (al margen de su
consideración moral) basada en criterios económicos, justificados
en buena medida por los teóricos de la ciencia económica. Desde
esta perspectiva, los niveles más altos de la escala correspondían
al trabajo productor de plusvalía, denominado trabajo
productivo; al que se intercambiaba por dinero a través del comercio
o del salario (frente al trabajo que no reunía estos requisitos como
es el trabajo doméstico) y al trabajo identificado con la creación
de productos artificiales. Como correlato, se despreciaba el trabajo
dedicado a las necesidades vitales y el trabajo que no dejaba huella,
monumento o prueba para ser recordado. El trabajo dedicado a las
labores naturales como la reproducción o el cuidado carecía de
valor.
En segundo lugar el pensamiento moderno
mitificó la idea del trabajo. La literatura de los grandes
pensadores de la época contribuyó a esta mutación proporcionando
argumentos en favor de su fundamentación. Para John Locke el trabajo
era la fuente de propiedad . Según él, Dios ofreció el
mundo a los seres humanos y cada hombre era libre de apropiarse de
aquello que fuera capaz de transformar con sus manos (John Locke,
1990). Para Adam Smith el trabajo era la fuente de toda riqueza.
Las teorías del valor de Adam Smith y de David Ricardo tenían su
base en la idea de que el trabajo incorporado al producto constituía
la fuente de propiedad y de valor (Myrdal, 1967).
Una nueva perspectiva teológica del trabajo
favoreció también su mitificación. Comenzó a ser visto no como un
castigo divino o simplemente como un deber, sino como el mejor medio
de realización humana. El trabajo adquirió nuevos significados:
a) un sentido cósmico, según el cual el ser humano
completaba la obra que Dios le entregó para que la embelleciera y la
perfeccionara;
b) un sentido personal, por ser el mejor medio para que el
individuo, que nace débil y necesitado, encontrara su perfección;
c) un sentido social, en la medida en que el trabajo era el
factor decisivo en la "creación de sociedad" y la
impulsión del progreso (Ruben Sanabria, 1980 ). La ética puritana,
en particular, completaba esta idea trascendente del trabajo al
considerarlo como un "fin en sí mismo" (lejos de la
concepción de Tomas de Aquino que lo entendía como un medio para la
conservación personal y social) y como el elemento que da sentido
a la vida.
La exaltación del trabajo en el momento del
desarrollo industrial era compartida por muchos sectores sociales. A
finales del siglo XIX Paul Lafargue, si bien culpaba a la moral
burguesa y cristiana de haber inculcado a la sociedad el "amor
al trabajo", reconocía en las clases trabajadoras una "pasión
amorosa" por el mismo:
Una pasión invade a las clases obreras de los países en que reina
la civilización capitalista; una pasión que en la sociedad moderna
tiene por consecuencia las miserias individuales y sociales que desde
hace dos siglos torturan a la triste Humanidad. Esa pasión es el
amor al trabajo, el furibundo frenesí del trabajo, llevado hasta el
agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su progenitura.
En vez de reaccionar contra esa aberración mental, los curas, los
economistas y los moralistas han sacrosantificado el trabajo. Hombres
ciegos y de limitada inteligencia han querido ser más sabios que su
Dios; seres débiles y detestables, han pretendido rehabilitar lo que
su Dios ha maldecido (Lafargue, 1973).
Lafargue pertenece a la tradición
socialista pero ésta no mantiene ni mucho menos una posición
unánime en la crítica del trabajo. Saint-Simon, por ejemplo,
proponía sustituir el principio evangélico de "el hombre debe
trabajar" por "el hombre más dichoso es el que trabaja"
y afirmaba que "la humanidad gozaría de toda la dicha a la
que puede aspirar si no hubiera ociosos". El reformador
social Etienne Cabet se disponía a acabar en su Icaria con la pereza
e imponer la obligatoriedad del trabajo. El Manifiesto del primer
congreso de la Asociación Internacional del Trabajo (AIT) exaltaba
el "trabajo grande y noble, fuente de toda riqueza y de toda
moralidad" (Pérez de Ledesma, 1979).
En el propio Karl Marx la consideración
sobre el trabajo tampoco presenta unos perfiles muy nítidos. Mantuvo
una visión positiva del mismo en cuanto que actividad potencial
(fuente de toda productividad y expresión de la misma humanidad del
hombre) no como existía en la realidad. Criticó el trabajo en la
sociedad capitalista como actividad enajenada ("el trabajador se
relaciona con el producto de su trabajo como un objeto extraño")
y señaló los efectos perniciosos de la división del trabajo en la
Ideología alemana. Consideró que la supresión del trabajo
debía ser uno de los objetivos fundamentales del comunismo. De
hecho, en la Crítica al Programa del Partido Obrero Alemán,
refiriéndose a la fase superior de la sociedad comunista, señaló
que "la subordinación esclavizadora de los individuos a la
división del trabajo habrá desaparecido y, como consecuencia, la
oposición entre el trabajo manual y el trabajo intelectual"
(Marx, 1965-68 , en Dumont, 1982).
Sin embargo, para Marx, el desarrollo de la
productividad (ligada a la división del trabajo) era una
precondición para la sociedad comunista y, al mismo tiempo, muchos
de los males de la sociedad capitalista guardaban relación con la
división del trabajo. Esta suerte de paradojas en las que el
establecimiento a través de un proceso penoso de unas determinadas
condiciones posibilitaba la liberación o emancipación a
más largo plazo jugó un papel decisivo en la tradición socialista
a la hora de justificar el presente (y más todavía cuando
este presente estaba gobernado por la clase trabajadora,
como ocurría en los llamados países socialistas). Así, los efectos
nocivos y embrutecedores de los procesos que promovían un aumento de
productividad eran subestimados o embellecidos porque acercaban
objetivamente las condiciones de posibilidad del comunismo.
El enaltecimiento del trabajo llevó consigo
el menosprecio por otro tipo de actividades y una nueva concepción
del tiempo. Se juzgaba que el tiempo era valioso desde el
momento en el que estaba dedicado a la producción y al trabajo.
Ocuparlo con otras actividades era perder el tiempo, "estar
ocioso". Desde las primeras décadas del desarrollo industrial
dedicar tiempo al ocio fue sinónimo de degradación. Las palabras de
Benjamin Franklin "el tiempo es oro" ilustran el espíritu
de la época al respecto. Cuando Franklin hace referencia al trabajo
dentro del catálogo de virtudes, anota lo siguiente: "Trabajo:
no perder el tiempo; estar siempre ocupado en hacer alguna cosa
provechosa; evitar las acciones innecesarias".
E.P. Thompson en su obra Costumbres en
común relata como se pasa de la modalidad del trabajo en la que
las tareas determinan los ritmos y la dedicación al trabajo regulado
por el tiempo. La primera modalidad reúne dos características: a)
es más comprensible desde un punto de vista humano; b)
establece una distinción menor entre el trabajo y la vida. Las
relaciones sociales y el trabajo están entremezcladas -la jornada de
trabajo se alarga o contrae de acuerdo con las labores necesarias- y
no hay conflicto entre el trabajo y el "pasar el tiempo".
En la segunda modalidad los empresarios
calculan sus expectativas sobre el trabajo contratado en "jornadas
(por ejemplo, cuánto cereal podía segar un hombre en una jornada).
El patrón dispone del tiempo de su mano de obra y debe evitar que se
malgaste. No es el quehacer el que domina sino el valor del
tiempo al ser reducido a dinero. El tiempo se convirtió así en
moneda: no pasaba sino que se gastaba (Thompson,
1995). No es de extrañar que esta nueva evaluación del tiempo
llevara progresivamente a una reducción del número de fiestas del
calendario (Naredo, 1997)
El trabajo se convirtió, por otra
parte, en el lugar privilegiado de creación de solidaridad de las
clases trabajadoras, pero al mismo tiempo otros factores de
sociabilidad fueron desestimados (los lazos comunitarios, las
identidades colectivas no basadas en el trabajo, etc.). El
pensamiento moderno inventó al individuo y a partir de esta
creación se vio en la necesidad de explicar la construcción de la
sociedad. Lo hizo mediante los modelos contractualistas de Locke, de
Hobbes o de Rouseau, pero también a través del artificio smithiano
conforme al cual la división del trabajo y el comercio juegan
un papel fundamental en la formación y estructuración de la
sociedad.
Los rasgos del trabajo hasta aquí descritos
están de alguna manera presentes en nuestras actuales concepciones.
Algunos de ellos, como la noción del ocio, han sufrido recientemente
modificaciones pero no tanto como para alterar la idea de la
superioridad del tiempo entregado al trabajo sobre el dedicado a otro
tipo de actividades. La constatación de esta realidad llevó al
historiador E.P. Thompson a la siguiente reflexión:
"Si conservamos una valoración puritana del tiempo, una
valoración de mercancía, entonces (el ocio) se convertirá en un
problema consistente en cómo hacer de él un tiempo útil o cómo
explotarlo para las industrias del ocio. Pero si la idea de finalidad
en el uso del tiempo se hace menos compulsiva, los hombres tendrán
que reaprender algunas de las artes de vivir perdidas con la
revolución industrial" (Arendt, 1993).
La era moderna incorporó a la consideración
del trabajo aspectos muy pocos positivos, sin embargo en el curso de
la misma el trabajo alcanzó una trascendencia en la conformación de
la sociedad como nunca tuvo en épocas anteriores. La crisis
económica actual, sin embargo, exige la puesta en cuestión de una
buena parte de las ideas heredadas sobre el trabajo, aunque ello no
resulta nada fácil. La pensadora alemana Hanna Arendt, anticipándose
en algunas décadas a la situación actual de desempleo expresaba así
su escepticismo:
"La Edad Moderna trajo consigo la glorificación teórica
del trabajo, cuya consecuencia ha sido la transformación de toda la
sociedad en una sociedad de trabajo. Por lo tanto, la realización
del deseo, al igual que sucede en los cuentos de hadas, llega un
momento en que sólo puede ser contraproducente, puesto que se trata
de una sociedad de trabajadores que está a punto de ser liberada de
las trabas del trabajo y dicha sociedad desconoce esas otras
actividades más elevadas y significativas por cuya causa merecería
ganarse la libertad".
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- Referencias bibliográficas -
ARENDT, H. La condición humana. Editorial Paidós, Barcelona, 1993.
ARISTOTELES. Política. Editorial Gredos, Madrid, 1988.
DUMONT, L. Homo aequalis. Editorial Taurus. Madrid, 1982.
LAFARGUE, P. El derecho a la pereza. Editorial Fundamentos, Madrid,
1973.
LOCKE, J.Segundo tratado del Gobierno Civil. Alianza Editorial,
Madrid, 1990.
MYRDAL, G. El elemento político en el desarrollo de la teoría
económica. Editorial Gredos, Madrid, 1967.
NAREDO, M. Configuración y crisis del mito del trabajo. ¿Qué
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Gakoa, Donosti, 1997.
PEREZ DE LEDESMA, M. Revista Transición, Nº 10-11, julio, agosto de
1979, Madrid.
RUBEN SANABRIA. Etica. Editorial Porrúa, S.A. México, 1980.
THOMPSON, E.P. Costumbres en común. Editorial Grijalbo, 1995,
Barcelona.
Mis cinco centavos:
ResponderEliminarPara bien o para mal, el capitalismo hoy manda en el mundo, y puede apreciarse que aquellas sociedades con mayor calidad de vida son aquellas que se abrieron al mundo.
El aumento de la productividad de un país y su integración al mundo mediante acuerdos o tratados de libre comercio para acceder a nuevos mercados, son los factores que distinguen a un país desarrollado con índices bajos de pobreza e indigencia de otro que por el contrario se cierra al mundo.
En algún momento el hombre no tendrá necesidad de trabajar, ya que casi todo se encontrará automatizado y regido por inteligencia artificial...y en ese momento podrá dedicarse al ocio...pero todaviá falta.